Seguimos el paseo por las clasificaciones más comunes de las frases hechas y, ya que estamos, me gustaría dar el único consejo que escribiré en este blog: “oír, ver y hablar”. Para entender a un español de pro en una conversación, se necesitan paciencia y maña. Así que cuanto antes aprendamos a “detectar” estos modismos verbales, mejor que mejor. Hay que ir por la vida con las antenas bien puestas, observar al prójimo (allá donde fueres haz lo que vieres) y, haciendo alusión a una expresión taurina de la entrada anterior, lanzarse al ruedo sin complejos.
La muerte
Quien no tenga una palabra tabú dentro de su vocabulario que levante la mano. Esas que “da un poco de cosa” pronunciar por cuestiones de manía personal. El tema de la muerte, en España, es muy serio y se han escrito ríos de tinta sobre ella pero, aun así, no gusta demasiado nombrarla. Nuestra fértil imaginación, hábil en driblar temas incómodos, ha conseguido siempre etiquetar a la sin carne de muchas otras maneras. Nadie se librará de irse p’al otro barrio eludiendo hablar de ella, pero por lo menos le damos una pincelada folklorista y desdramatizamos un poco.
Otras: Estirar la pata. Estar criando malvas. Doblar la servilleta. Pasar a mejor vida. Cerrar el ojo. La de la guadaña. Quedarse de simiente de pepinos.
La religión (y los textos religiosos)
La fama de ser una sociedad fuertemente ligada al discurso religioso no nos la quita nadie, aunque la realidad actual difiera bastante de la imagen que proyectamos fuera de nuestro país. El caso es que todos, creyentes, agnósticos y ateos, sembramos a diario nuestras conversaciones con alusiones de origen pío y devoto: no hay que convertirse a nada para hacer uso de frases hechas de componente religioso. Las hay para todos los gustos y ocasiones: desde armarse la de Dios es Cristo (ante un escándalo o pelea) hasta aquello de echar margaritas a los cerdos (una de mis preferidas). Muy pocos saben (yo lo he descubierto hoy, lo confieso) que el origen de esta frase se remonta, ni más ni menos, al Nuevo Testamento: “No deis las cosas santas a los perros ni echéis vuestras margaritas a los puercos” (Mateo, VII-6). Eso es tener solera. Amén.
Otras: Poner una vela a Dios y otra al diablo. Quedarse para vestir santos. Acabar como el rosario de la aurora. Me lo ha dicho un pajarito. Meter cizaña. A quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga.
Pueblos y razas
Peliaguda esta clasificación. A día de hoy ciertas expresiones van seleccionadas con pinzas, y es una pena porque pensarse dos veces lo que se va a decir resta no poca espontaneidad a nuestras palabras. Pero es así. El mundo está lleno de quisquillosos y de malas interpretaciones que nos pueden poner, sin comerlo ni beberlo, en un aprieto dependiendo del nivel de tolerancia (o ganas de tocar las narices) de nuestro interlocutor. Para poder defendernos y borrar de nuestra imagen cualquier rastro xenófobo, lo ideal sería conocer el origen de ciertas expresiones. ¿Por qué si le tomamos el pelo a alguien le estamos engañando como a un chino? Pues al parecer, cuando los primeros europeos llegaron a lo que hoy conocemos como China, consiguieron traerse de vuelta al viejo continente todo lo que se propusieron y más. Para ello no tuvieron que tribular demasiado ya que en gran parte de las negociaciones utilizaron el trueque. Eso sí… parece ser que no se han olvidado de la triquiñuela y ahora a los que nos toca bajar la cabeza es a nosotros (y a medio mundo también).
Otras: No hay moros en la costa. Trabajar como un negro. Eso lo saben los negros. Hacerle a alguien una judiada. Parecer un gitano.
JUEGO DE NIÑOS (test para hablar como los grandes)
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